Uno de los fenómenos más hermosos, misteriosos, que nos ofrece el cosmos mas allá de las estrellas fugaces, los eclipses o la contemplación de un cometa son sin duda las auroras boreales. Complejas formas danzantes de brillantes colores que van desde el amarillo y el verde pasando por el naranja hasta el rosado y el púrpura.
Estas auroras han cautivado la imaginación del hombre desde hace miles de años, sin embargo es un fenómeno absolutamente exótico y extraño para la gran mayoría de los mortales que no vivimos cerca de los círculos polares. Por esa fascinación que siempre tengo por lo desconocido, por lo diferente, viajé a uno de los lugares mas al noroeste del Canadá, cerca de la frontera con Alaska. Allí tuve la suerte de capturar las imágenes mas bellas que el ojo humano pueda ver en el cielo nocturno.
Whitehorse conserva la forma de los viejos pueblos de los colonizadores del oeste norteamericano. Inclusive muchas de sus construcciones todavía imitan las de las cantinas, almacenes y hoteles del siglo XVIII y principios del XIX. Aunque es la capital del estado de Yukón, apenas tiene un poco más de 24 mil habitantes y a primera vista parecería que aquí no hay nada que hacer.
Detrás del paisaje minimalista y solitario, Whitehorse y el territorio Yukón se están desarrollando como una potencia turística en ciernes, destinos de aventura, deportes de invierno y contemplación de la fauna salvaje son algunas de sus ofertas.
Pero lo que para mi resultaba realmente apasionante de visitar era un lugar lejano, una belleza oculta en lo mas profundo de las noches oscuras. Un show nocturno de luces y fantasía, que solamente se disfruta si se está lo más lejos posible de las luces de la ciudad, las luces del norte. Las famosas auroras boreales.
Lograr ver las auroras boreales hoy en día no necesita de complicadas expediciones ni acompañamientos científicos, pero si requiere al menos de una buena preparación y selección del lugar y las fechas. Las auroras se ven con mayor facilidad en el hemisferio norte en países como Canadá, Islandia, Noruega, Finlandia, Rusia y Groenlandia. La época mas adecuada va de septiembre a abril, durante todo el invierno y comienzos de la primavera, pero de nada sirve escoger bien el lugar sino se tiene en cuenta el pronóstico del tiempo.
Por ello fue definitivo seleccionar a Canadá como mi destino. Escogí una ventana entre el 18 y el 22 de marzo en la que se esperaba cielo despejado en las noches para la ciudad de Whitehorse, y sin embargo aún con el pronóstico, el lugar y la fecha adecuada, la aurora boreal es un fenómeno cósmico que escapa a nuestro control, así que verlas no esta garantizado. Teniendo en cuenta que hay que estar lo mas lejos posible de la contaminación lumínica de las ciudades, el observatorio seleccionado estaría a varios kilómetros del centro de Whitehorse en medio del bosque polar. Lo ideal sería una noche sin luna, ya que la luz de nuestro satélite también puede interferir con la luz de las auroras. A pesar de contar con luna llena, me mantenía optimista.
Como las temperaturas en la noche invernal de Yukón pueden caer hasta menos 30 grados centígrados y menos, hay que usar ropa especial para estas temperaturas y llevar baterías extras, ya que el frio descarga rápidamente las cámaras. En cualquier caso, el observatorio esta equipado con dos cabañas y dos tipis indios en los que uno se puede resguardar del frio, mientras aparece el fenómeno.
Mi grupo estaba listo para observar esa maravilla natural, pero pasaban las horas y la ansiedad nos hacia pensar que tal vez nuestro viaje había sido inútil. Sin embargo hacia las 00:30 del 19 de marzo en nuestra primera salida y como si se tratara de un espejismo, una leve veta verde comenzó a dibujarse en el cielo nocturno. Me habían dicho que las auroras podían ser muy leves o muy intensas o muy largas o muy cortas y por momentos pensé que eso sería todo lo que vería. Pero la delgada línea de pronto comenzó a expandirse tanto en su diámetro como en su longitud.
De repente toda la silueta de las montañas nevadas parecían cubiertas por una aureola fluorescente, intensa y permanente. Para la segunda noche, el fenómeno se repitió casi con una precisión programada, prácticamente a la misma hora. Una veta verde igual que la de el día anterior se dibujaba en el espacio. Pero nada me tenía preparado para la espectacular danza cósmica que los vientos solares habían orquestado para esa noche.
Lo que comenzó como una veta verde se multiplicó en varias, que aparecían y desaparecían en diferentes lugares del firmamento. Por momentos se desenvolvían y estiraban como las serpentinas de los dioses, para después dar lugar a lenguas verticales que crecían como formando una inmensa llama que cubría la mitad del espacio del cielo, flameando entre los amarillos y los verdes fluorescentes. Soltando con delicadeza ligeros velos púrpuras y rosados.
Una y mil veces había leído, oído y visto fotografías y videos de este prodigio, pero siempre me pregunté cómo los captaría el ojo humano directamente y no a través de una cámara. Debo decir que como pocas veces en la vida, mi expectativa fue inmensamente superada, por este, el momento más mágico del que haya sido testigo jamás.
Para el tercer día, el cielo volvía a ser generoso con nosotros. Fuimos premiados con una nueva presentación de este concierto, de este ballet estelar, el que finalmente pude capturar en bellas imágenes. El espectáculo natural más hermoso que haya visto.
Nota: publicado inicialmente en revista Especial Semana sobre Canadá.